Sigue siendo uno de mi amplio repertorio de metáforas el ver
la vida como una partida de cartas. En algunas ocasiones los naipes suelen ser
personas, en otras elecciones y algunas veces simplemente pensamientos sobre lo
que ocurre.
Lo mires como lo mires, he pasado de un buen jugador a ser de
lo peorcito en cuestión de años y he dado por perdidas muchas de las que me
repartieron, pensando que con las que quedaran en mi mano al final se podría
ganar una partida que pintaba muy mal, ya sea por las decisiones que he tomado
en el transcurso de la misma, o por causa del azar.
Y he aquí la cuestión, nos encontramos con los mínimos
naipes para salir adelante mientras nuestros adversarios se frotan las manos
porque piensan que ya has perdido la partida, mientras ellos apenas pueden
sostenerlas con las dos manos sin que se les caigan, las mías se pueden contar
con los dedos de la mano, con gesto serio y sin decir ni mu.
Si hay que hablar, debería hacerlo con mis naipes, al fin y
al cabo aposte por ellos dejándolos en mi mano y no soltándolos sabiendo de
antemano que esa decisión es como el titulo de mi blog de “No hay vuelta atrás”.
Un buen jugador nunca se arrepiente de sus decisiones y de apostar por lo que
le queda, pero como dije al principio, ya no soy un buen jugador y pienso que
algunos de los naipes que tengo en la mano están ahí porque yo quise, sin
darles elección les di una importancia para la cual no sé si estaban preparados
o querían estarlo y eso me duele aún más.
Dar el valor necesario a unas cartas, pensando en un “no me
importa lo que he perdido, me importa lo que tengo y con eso saldré adelante”. Pero, ¿alguien pensó
que cualquiera de esos naipes querían estar en tu mano y creerse cartas
ganadoras porque tu les diste ese valor?. No digo que alguno de los naipes se
ofendería ante tal pregunta, solo por dudarlo, pero ves en otros una tibiez
provocada por la presión que estas ejerciendo sobre ellos y no sabes si cuando
apuestes por ellos se perderá todo porque tu apostaste tu confianza en él sin
pedir opiniones, sin saber si pudiera llegar al nivel deseado e imponiéndole una
decisión marcada por el corazón y no por la razón con la que se gana o pierde
un juego.
Llegados a este punto te niegas a perder esa carta, pero
tampoco ves razonable la presión que ejerces sobre ella porque la consideras
una de las más importantes de tu partida. Te matan las dudas por dentro, porque
no estás capacitado para perder ni esa, ni cualquier otra carta, pero si cuando
este sobre la mesa, la pierdes, no la podrás echar la culpa de que tu mundo se
vaya al carajo y por otro lado no sabes bien si apostar por otra jugada
diferente cuando la partida ha llegado hasta aquí y esa carta también te ha
demostrado que tiene su valor, importante claro está, pero con sus dudas y las
tuyas… ¿cuándo la echas a la mesa, la primera o la última?
Si piensas que lo importante es no perder tu partida,
¿apostarías por lo que te dicta la razón o por lo que te dice el corazón a
pesar de las dudas?.
P.d. Yo no sirvo para ser frio y calculador, las personas
que quiero lo saben, si tengo que dar consejos los hare ver desde la razón, si
tengo que pensar en mi y sobre algo que me importa usaré el corazón, para bien o
para mal.
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